
Hubo una vez un hombre que se aburría mortalmente porque estaba solo. Un día, harto de tanto aburrimiento, decidió buscar una compañera, es decir, una mujer. Después de observar y analizar cuidadosamente a su alrededor llegó a la conclusión de que para obtener lo que deseaba lo mejor sería colocar en la acera frente a su casa una caja de cartón del tamaño de la mujer ideal y esperar -acechando desde la ventana- a que ella pasara por allí y se metiera dentro por su propia voluntad.
Al cabo de un rato aún no había pasado ninguna mujer, pero sí que lo hizo Raban Maur -monje cristiano del s. IX- a quien le pareció que una caja abierta en plena calle era algo muy obsceno, por lo que la cerró y se marchó. Nuestro hombre, tras comprender que si la caja permanecía cerrada ninguna muchacha podría entrar, salió para volver a abrirla por su parte superior. Al hacerlo, inexplicablemente, encontró dentro una nota que rezaba:
«Kuang-tse señala que una mujer hermosa que da placer a los hombres sólo sirve para asustar a los peces cuando se zambulle en el agua»
De la serie Los milagros de Raban Maur, 2008
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